Anterior Inicio Siguiente

Ir al final de la página

Índicie

Cuento 1 - Fabela Rosa

Cuento 2 - El Dueño

Cuento 3 - El Ex-Presidente

Fabela Rosa

Las gotas de lluvia se estremecían dementes contra el suelo, salpicando todo de gris. Al caer, la tierra parecía tragarlas violentamente. El zinc, doblaba como plastilina ante la arremetida de los abigarrados cielos. Los ranchitos de la región sur, amontonados uno tras otro aparecían como desordenados rompecabezas de un alocado mapa, sin nombre y dirección. Y es que los nombres y apellidos no se hacían necesarios. La época de invierno empezaba y se lanzaba escapando de la furia del verano saliente, entre llanuras incendiarias de emoción. Los rostros de la gente, eran lo suficientemente reconocidos como para presentarse formalmente. El alma no necesita carnet porque se expresa como la catarsis diaria de la vida, sin pedir permiso. El suburbio del fondo y cada vereda, poseía el extracto de habitantes de su propio microuniverso social. A la derecha siempre había una entrada al túnel, las personalidades más variadas frente a frente. Por un lado, el atorrante vecino Damas, la Señora Carreño y los Restrepo quienes resolvían los conflictos con sus rostros de revolver, eran los más respetados en la vecindad. Otros habitantes ausentes entraban y salían sin notar demasiado la silueta de una golpeada comunidad de pobres. Ya no sólo era el conflicto de la Exxon, Creool Macc Enrterteim C.O., ni la nueva vía de ferrocarriles que trasportarían carbón extrayendo las mieles de la tierra parturienta. Los estudios resaltaban también la existencia de minerales necesarios al desarrollo del progreso “del Norte” y los nuevos dinosaurios del pueblo. Viejos rezanderos locales retaban unas familias contra otras, pagados y amenazados, serían como los “mercaderes de sobras” a la hora del botín. Sin ellos, los negociadores, pequeños cara pálidas del dinosaurio mayor, no habría buenos verdes ni mercado negro. La muerte seguía rondando el lugar y los curiosos creyentes Babalaos hablaban de un especie de juicio de los espíritus. ¡Yemayá, Yemaya! cantaban mientras la sierra de las empresas arrasaban el caucho tan penosamente. El cielo se tornaba más azulado pero, como de un azul negrusco cargado de proyectiles radioactivos. El rezo estaba en trance, los religiosos entregados celosamente a la misión esperaban su inmisericorde juicio terrenal.

¡Rutilio el grande, recuerdo tanto a Rutilio! decía en voz alta un joven barbudo, mientras leía el periódico de las facturas en vida cobradas por Paracos liberados.

Un color rosa se mezclaba lentamente al umbral del atardecer, como cuando un suave destello de sangre se hace presente en las carnes de dolor que acompañan estos siglos pasajeros plagados de gentes y futuros. Refugiados escapando de la guerra, ladrones y mafiosos subversivos convivían cercanos en la gran plaza del hormiguero moderno.

El tío Bush no era el único tema de preocupación en las aldeas floreadas y hermosas de la sur comunidad plural donde pescadores colombianos del pacífico, niños con marimbas centrales y rubios quemados de Santiago, esperaban con pasión al nuevo día. No sólo dragones de metal con forma de dólar lanzaban llamaradas y perseguían personajes clandestinos en los barrios locales.

Se habrían reproducido lentamente nuevos fantasmas enemigos del mutualismo de la aldea sur. Allende, separados nuestros pueblos sirvieron de carnada a la nueva llegada imperial de otra cultura. Y es que unos hombres rojizos con ropas de fibras y mujeres color tierra, recordaban el bazar de la memoria indiana, los caribes negociando y persiguiendo a otros pueblos hermanos. Aztecas con forma también de imperio, aunque más humano en muchas caras, imperio al fin. La llegada de los hombres caballo fue en el mejor momento para ellos, decía un abuelo Mapuche, habitante ahora de las nuevas pampas.

En la rocola de un famoso bar de la región sonaban vallenatos, la fiesta diaria era parte de la alegría constante de la gente. Las personas preñadas de feliz satisfacción convivían y escondían entre piernas el dolor del parto y la dura realidad a cuestas, con su gracia del día a día.

El invierno fue pasando, siempre pasa, deja niños sin hogar pero pasa, aunque también deja buen abono en las riberas para la gran siembra. Las cosas en la aldea sur parecían como sacadas de un gran espejo misterioso. Los guaraníes se miraban entre sí, algunos inmigrantes amigos pensaban y otros venezolanos sin su oro negro acostumbrado, sin su excremento del diablo, intentaban verse al interior de sí mismos. Ya no sólo eran los dinosaurios ajenos, la Exxon, Erntereim, y otras lenguas C.O. del gran lagarto rubio, ahora descubrían que existía en sus entrañas reflejos de imperios y de sus propios demonios internos reviviendo diariamente. La desunión de la cotidiana vida, nada poética en el común, ya no era un secreto, el rencor entre hermanos seguía recobrando vida. Empezaban los aldeanos a pensar en lo contrario, en ser uno de uno, en buscar destruir las fronteras de sí mismos para enfrentar las lengüetas del macabro reinado imperial de siempre. De no enfrentarse a sí mismos, poco se haría en el círculo sin salida del laberinto local ante la espada extranjera, pensaron.

Descubriéndolo fueron como renaciendo diariamente, como volviendo a asomarse a su lejana placenta, algo así como hacerse niños por vez segunda. Con las manos en el bolsillo un infante del futuro se miraba y miraba alrededor, iba a la gran asamblea a reencontrarse entre iguales.

El verano se hacía presente tan lentamente y ese sol tan vivo, le hablaba a los dioses y huracanes sobre verdades, sobre futuros y presentes descubiertos en las nuevas conciencias. El parto ya no era de dolor. Nuevas sangres de hermosura reforzaban a los aldeanos para enfrentar nuevos yacarés míticos blancuzcos, nuevos rostros del mismo viejo imperio de incógnitas y lujuria. Ese día no dejó de brillar, el sol se alejó dulcemente, limpiando las heridas de la favela de todos y su acostumbrado color rosa.

Ender Israel Rodríguez

San Cristóbal, Venezuela

Ir al inicio de la página


El Dueño

Onel quedó callado, mirándose los pies desnudos llenos de polvo de tanto haber andado. Quizá no pensaba en nada, pero miró los pies del hombre que le franqueaba la puerta. Es posible que todo fuera un sueño o un error para el hombre de la puerta, no para Onel, él simplemente regresaba a su casa, aquella donde había plantado en su infancia un pino como si se tratara de un juego y no de un desafío.

—A mí me la alquilaron —dijo el hombre—, sólo después pude comprarla. Tuve que vender todas las cosas que tenía y también las de mi mujer.

Onel sólo miraba los rincones de la casa casi desierta. Imposible saber lo que pensaba ni lo que le hacía recordar cada sombra, cada trozo de pared, ni la puerta, ni las ventanas que en ese momento estaban abiertas.

—A mí me la alquilaron —volvió a decir el hombre.

Onel se quedó mirando la puerta de madera con una ternura indescifrable, parecía que se le iban a caer los ojos. No lloraba. No había rencor en su mirada, sólo miraba quizá recordando una imagen o un gesto de su madre. Tal vez le hubiera gustado ver a su padre entrando por la puerta, pero nada. Sólo escuchaba la voz de un desconocido que le estaba repitiendo la misma cosa desde que entró.

—Tuve que vender mis cosas —dijo el hombre.

Nada de lo que había le hacía recordar algo a Onel; sólo los muros, las ventana y la puerta que no habían cambiado mucho. El rincón donde su padre se sentaba a leer el periódico, estaba allí; sin embargo él miraba un vacío inmenso, y en ese rincón parecía concentrarse la infinitud, el principio y el fin de todo.

—No me regalaron nada —dijo el hombre.

Onel quería levantarse y echarle una mirada a la cocina, a la huerta, allí donde pasó gran parte de su infancia; subir al techo para ver si aún se veía todo lo que el veía, pero nada. Quedó con la vista pegada en una fisura de una de las paredes que llegaba hasta el techo casi negro por el excremento que habían dejado las moscas.

—Esta es mi casa —dijo el hombre.

La ranura se había ensanchado un poco. El techo tal vez goteaba cuando llovía como antes. Luego Onel cerró los ojos para intentar olvidar lo inolvidable. Quizá era preferible irse y no reclamar nada, tampoco volver a ver esos muros, ni la ranura que esta vez lo estaba viendo a él; como si quisiera devorarlo. La única resistencia de Onel era desviar la vista hacia otro punto, hacia un vacío absoluto de donde no rebote nada.

—Estas son mis cosas —dijo el hombre—, todo lo he comprado con el sudor de mi frente. He tenido que trabajar como una mula para tener todo esto.

Esa voz no llegaba a la conciencia de Onel. Tal vez ni siquiera se daba cuenta de la presencia de ese hombre que trataba de explicar su existencia. Se oía una voz, otra más lejana y más profunda, una voz que pesadamente arrastraba el viento. A ratos Onel miraba sus manos como se miran a las piedras, como se mira el polvo que nadie a tenido el cuidado de limpiarlo de tiempo en tiempo de los muebles de una casa abandonada.

Estaba cayendo la tarde y todo se iba inundando de sombras apagadas, envejecidas, trashumantes. La mirada de Onel, sus ojos y sus manos parecían envejecer con la tarde. Sólo el hombre quedaba pegado a su silla como si ya fuera un objeto más en ese ambiente irrefutable. A veces llegaba por la ventana abierta un ruido extraño de afuera.

—Yo la he comprado —dijo el hombre con una voz de vidrio.

Y Onel nada. Su mundo estaba allí, pero también en otra parte, en un lugar indefinido. Tal vez sólo era su mirada lo que realmente existía de él. Ni siquiera esa sombra pesada le parecía pertenecer. Todo estaba allí, quieto y tumultuoso como un delirio inexplicable. No era el tiempo ni la sombra, tampoco el hombre que luchaba solitariamente; eran los muros, era la casa y también la memoria que lo mantenía como encerrado en un laberinto.

—A mí no me dijeron nada —dijo el hombre—, sólo me alquilaron la casa y punto y la compré cuando reuní el dinero que me pedían por ella.

Alguien hizo un ruido detrás de la puerta. Ni Onel ni el hombre se movieron. A ninguno de los dos les sorprendió el ruido, era como si los dos estuvieran acostumbrados a oírlo. Onel tenía las manos sucias y quemadas por el sol al igual que sus pómulos que le brillaban con el reflejo de la luz. El hombre tenía el rostro marcado por el cansancio, ese que sólo labra la vida en un hombre desgraciado.

El silencio de Onel y la voz del hombre parecían fundirse en una extraña masa de aire que perforaba las paredes de la casa. Onel no dejaba de observar los rincones de la casa, donde tal vez aún quedaba algo de polvo del tiempo que le recordaban esas paredes. Nada era confuso en su memoria. Desde su sitio parecía vigilarlo todo.

—A mi me la alquilaron —volvió a decir el hombre.

Ninguno de los dos bebió el agua que puso el hombre sobre la mesa cuando entró Onel. Lo único que realmente se movió en la casa hasta ese instante fueron las sombras, las sombras que giraban y se agrandaban con lentitud.

—Tengo el contrato, se lo voy a mostrar —dijo el hombre sin levantarse.

Esta vez Onel le miró a la cara como quien busca una duda o una mentira en un rostro, pero no encontró nada, sólo vio el rostro de un hombre envejecido.

—No le estoy mintiendo —dijo el hombre.

El tiempo de la tarde se consumía irremediablemente por la ventana abierta. A veces el viento soplaba fuerte y hacía balancear el foco que estaba colgado del techo. Otra vez el ruido entraba como a perturbar el silencio que reinaba entre los dos y sus sombras respectivas. Esta vez Onel miró hacia la ventana abierta, tal vez no por el ruido sino por el viento frío que comenzaba a entrar a la casa. El hombre no miraba a la ventana sino a Onel quien se rascaba la barba crecida. Sólo en ese instante el hombre se dio cuenta que a Onel no le interesaba nada lo que le estaba diciendo. Era como si no estuviera allí, sentado, mirando de vez en cuando ciertas partes de la casa. En realidad lo único que hacía Onel era mirar, y tal vez recordar otro mundo, aquel mundo enterrado por el tiempo, que es el pasado. Cuando Onel dejó de mirar la ventana sorprendió al hombre que lo miraba, este quedó impresionado, como si lo hubieran cogido en flagrante delito. No se dijeron nada, apenas se cruzaron las miradas y continuó cayendo la tarde.

—Esta es nuestra casa —dijo el hombre—, no estamos usurpando nada.

Para Onel había cambiado algo, pero no sabía qué. Lo sentía cada vez que miraba por la ventana. No era el olor de la casa, porque desde que entró, entró también un extraño aroma que lo estaba esperando afuera desde siempre. Aunque para el hombre Onel era un extranjero, no lo era para la casa. Quizá Onel era el único sobreviviente, a quien esperaba la casa antes de derrumbarse.

Otra vez el ruido extrañamente parecía entrar y salir de la casa. Súbitamente el hombre se puso a toser como si algo tratara de ahogarlo. Onel sin decirle nada miraba cómo se debatía el hombre con la tos. Sólo cuando el hombre se puso de pie, Onel estiró su brazo sobre el hombro del hombre, tal vez para que no cayera al suelo. Cuando dejó de toser el hombre, ninguno de los dos volvió a sentarse, quizá presintiendo una desgracia. El hombre se sirvió un vaso de agua y lo bebió de un golpe. Luego dejó el vaso en el filo de la mesa sin darse cuenta que al menor movimiento podría caerse. Onel se quedó parado con las manos en los bolsillos mirando la puerta por donde entraba el ruido.

—No es posible —dijo el hombre.

Para entonces ya las sombras eran inconmensurable, se habían integrado a la incipiente oscuridad. Onel permaneció con la mirada siempre perdida en algún rincón impreciso de la casa. Ya no eran las sombras ni los ruidos, eran los pasos de Onel los que se desplazaban hacia la puerta de la cocina. Parecía ya no interesarle el ambiente estático de la sala, quería ver o recordar otras cosas, los otros muros, los otros muros que ocultaban los muros de la sala.

—No es posible —volvió a decir el hombre.

Onel regresó de la cocina con la frente fruncida como si hubiera visto la muerte. Lo que vio fueron las cosas desordenadas de una cocina medio abandonada. Nada de lo que había en ella le recordaba el pasado o algo que él estaba buscando, algo que él, Onel, deseaba encontrar con urgencia, algo que podía estar confundido entre todo lo ajeno que llenaba la cocina o la casa.

—Esta es mi casa —decía el hombre mientras Onel escrutaba todo.

Cuando terminó de visitar la casa, Onel pareció encontrar lo que buscaba. Miró fijamente la puerta bajo la cual estaba incrustada la herradura. No hacía falta decir o inventar otra cosa. Todo estaba claro en su mente.

—Yo no puedo irme —dijo el hombre retrocediendo un poco.

Onel avanzó hacia el hombre, y éste, temeroso, siguió retrocediendo poco a poco hasta chocar con la pared cubierta de polvo negro. No le dijo nada, sólo alargó su mano huesuda para coger un fierro que estaba colgado al lado de la puerta y con él extrajo la herradura, y con ella se alejó precipitadamente de la casa, sin decirle nada al hombre, que espantado lo vio partir hacia el centro de la noche.

Porfirio Mamani Macedo

París, Francia

Ir al inicio de la página


El Ex-Presidente

El había planificado todo perfectamente, hasta el más mínimo detalle lo tenia contemplado en su plano arquitectónico, según sus cálculos todo saldría como lo había pensado y no fallaría absolutamente nada, como primero paso tenía el fingimiento de un infarto que lo sacaría del país sin ningún problema y así duraría todo el tiempo que quisiera en el extranjero, para poder disfrutar del dinero que se había robado cuando era presidente de la republica durante cuatro años, en los cuales acumuló una riqueza mayor que la de cualquier magnate petrolero en el mundo, (que es mucho decir).

El era abogado de profesión la cual la había ejercido durante muchísimos años defendiendo criminales, ladrones y todas clases de delincuentes claramente declarados, y con esa agilidad extraordinaria que había acumulado en el ejerció del derecho y que siempre posen los abogados del patio todo le había salido perfectamente como él esperaba, simulo como le había dicho, primero un infarto el cual estaba trazado en el plano y así logró fácilmente salir del país evadiendo de una manera descarada la injusticia de nuestra patria, perdón quise decir la justicia de nuestra patria (ni usted se dio cuenta del error, verdad que si, (si sé eso, lo dejo así)).

Estando ya en el extranjero, gozoso de lo que había hecho y satisfecho hasta lo sumo de su gran maniobra, entonces comenzó la difícil tarea de gastarse desmedidamente el dinerito que le había robado al pueblo que tanto confió en el; lo primero que compró fue un lujoso apartamento en uno de los lugares más exclusivo de todo los Estados Unidos de América, luego con carácter de urgencia también compró un elegantísimo automóvil alemán tipo deportivo para el solito y a cada uno de los miembros de su familia le compró otros no menos costosos para que no se pusieran celosos, siguió con la difícil tarea de gastarse el dinerito que se había robado, comprando muchísimas ropas de diseñadores súper famosos que él nunca había oído (fue tanto así que un traje que él compró costo muchísimo más que todos los sueldos ganado por la domestica de la casa, que dicho sea de paso le crió a sus dos hijos y trabajó como una burra toda una vida con ellos, y al final la despidieron sin darle un solo centavo), pero no se quedo todo ahí él siguió el derroche y compró joyas, zapatos costosísimos e hizo muchísimos regalos a sus amigos y allegados, de repente se parecía a Santa Claus (aunque no tenía la enorme panza), mas bien se parecía a el ser humano mas generoso existente en la faz de la tierra, por tantos regalos que hacía.

Lo que él nunca se imaginó fue que el destino le tenía a él también un regalito bien guardado, ni remotamente le pasó por la cabeza tal tontería y fue entonces así como por arte de magia que a eso de las once y media de la noche le llegó repentinamente y de una forma verdadera el infarto mortal que no toco ni siquiera la puerta, ni preguntó si podía entrar a su lujosa mansión, solo llegó y así se apoderó de él, como si fuera un espíritu maligno, como si fuera una ola violenta, que arrebata la arena en contra de su voluntad y la sumerge al mar, así mismo entro aquel horrible infarto en la vida del ex presidente, creo que fue el mismo infarto que él tanto había planificado para poder salir con su familia del país, creo que si, aunque este era más feroz y malo, llegó tan de pronto que no dio tiempo a nada, cuando llegaron al hospital ya estaba casi muerto, pero los médicos se movilizaron agitadamente, atendiéndolo de inmediato, haciendo todo a su tiempo y con una efectividad impresionante, haciendo casi milagros, pero aun así no hubo forma de revivirlo, aparentemente todo fue en vano ni el dinero que se robó bastó, pero gracia a ese mismo dinero que le había robado al estado, lo tenían ahí, si señor, como si fuera en exhibición, tendido en una muy cómoda cama de hospital, moribundo, hecho todo un vegetal, sin poder mover ni un dedo, con los ojos bien abiertos y despabilados para ver todo lo que se movía, sin poder pestañar siquiera, con los oídos activados escuchando lo mas mínimo, pero para su felicidad aun tenia toda su riqueza la cual se había robado impunemente del pueblo que tanto confió en él.

De inmediato la noticia corrió en su país así mismo como corrió Félix Sánchez en los juegos Panamericanos Santo Domingo 2003, ¡huuaao!, fue tan rápido que ni lo vi cuando cruzó, fue como un verdadero relámpago, así mismo también corrió la noticia del ex presidente, primero llego a una ciudad en el norte del país, que me parece era su ciudad natal y allí los habitantes se alegraron muchísimo del gran hecho producido por Dios, luego la noticia corrió por la región del cibao por completo y allí también lo celebraron con mucha algarabías y hasta con fuegos artificiales, luego la noticia corrió por el sur y también por el este y lo mismo fue en estos lugares, también hubo mucha celebración, en fin, en cada uno de los rincones de la media isla y donde quiera que llegó la noticia del infarto del ex presidente la gente celebró el acontecimiento con gran jubilo y mucho gozo, excepto unos cuantos, de algunos sectores poderosos de la sociedad, que fueron cómplices con él haciendo lo incorrecto en la patria de Duarte. (por cierto, si Duarte se hubiese sospechado esta vagamundería de los políticos criollos creo que hubiera sido el primero en anexarle el país a España o cualquier otro país chupa sangre), pero bueno lo real fue que todo el país estaba de fiesta porque el Todo Poderos le había cobrado al ex presidente lo que la injusticia del país no pudo cobrarle (creo que me equivoqué nuevamente con el termino ese de justicia e injusticia pero a partir de ahora para que no haya más errores de mi parte, donde quiera que usted señor lector vea la palabra injusticia entienda justicia o viceversa, lo que sucede es: que en mi país las dos palabras son casi iguales).

Toda la familia del ex presidente estaba muy triste y preocupada aunque algunos de ellos estaban calculando lo que le tocaría de la inmensa fortuna que el ex había acumulado de todo lo que se había robado de las cuentas del estado, su hija (que era una rebelde) sin embargo era la única que en realidad estaba nerviosa y muy triste y la única que no estaba pensando en el dineral que estaba por caer del cielo, pero los demás no hacían otra cosa que sacar numeritos principalmente la esposa que había tenido una serie de disgustos y diferencias con el ex presidente las cuales surgieron en los cuatro años del muy mal gobierno, tan malo que destruyo el país por las cuatro esquina y también su hogar.

Sin embargo, su mujer estaba al frente de todo en cuanto a las atenciones medicas y su cuidado personal, mientras que el hijo (quien era el mayor de los dos que ellos tenían) el se ocupaba de los asuntos financieros, mientras que su hija como siempre estaba siendo marginada (quizás por el asunto de la adición a las drogas). Por otro lado los hermanos y hermanas del ex presidente viajaban constantemente desde la media isla hasta los Estados Unidos donde estaba postrado en un hospital de renombre el ex mandatario, ellos estaban gastando toda una fortuna en pasajes de ida y vuelta pero en realidad eso no le dolía, no porque lo querían mucho sino porque el dinero estaba saliendo de la cuenta del paciente que como ustedes ya saben el se lo había robado al pobre paisito como él mismo a veces lo llamaba en forma burlona. Muchos de sus ex funcionarios del muy mal gobierno que presidio el enfermo se concentraron en el famoso hospital anglosajón para así decir presente con la ilustre familia, ya que le agradecían bastante (¡imaginase usted porque!).

Dice un refrán popular muy famoso en mi país: “hierba mala nunca muere”, eso precisamente estaban diciendo casi todos los habitantes de la media isla en relación al ex presidente que andaba después del año de haberle dado el infarto vivito y coleando, si señor, como si nada hubiera pasado en su vida, y para que usted se caiga para atrás, estaba metido nuevamente en el afán politiquero, si señor, comprando simpatizantes a dos manos con todo el dinero que aun le quedaba de lo que se robó y sobornando a quien se le metiera por el medio para impedir su gran triunfo electoral y lo peor de todo: con muchísimas posibilidades de ser nuevamente presidente de la republica, porque casi todas las encuestas lo daban a él como seguro ganador y en la primera vuelta, aunque es bueno decir que la mayoría de esas encuestas eran muy bien pagada por el coordinador de su campaña electoral, la cual era muy costosa por cierto.

José Rafael Nuñez Corona

Santo Domingo, Rep. Dominicana

Ir al inicio de la página